Lo obvio no es tan obvio. Dice el diccionario de la Real Academia Española que manejar es conducir y conducir, entre otras acepciones, es guiar un vehículo automóvil y, también, portarse y comportarse.
¿Manejamos los vehículos? Difícil que alguien admita lo contrario aunque, a la luz de los índices de Accidentología, tal convencimiento está en duda.
Sabido y comprobado es que hay desconocimiento o soslayo de las leyes que regulan el tránsito. Eso y una conducción agresiva inciden negativamente.
En los últimos años apareció otro fenómeno a sumar: el de los automotores inadecuados para determinados lugares. Por ejemplo, las calles de la ciudad se han visto invadidas por camionetas, algo que, en otras épocas, tenía como escenario zonas rurales porque allí es donde se requiere de esos rodados.
Algunos conductores hacen alarde con maniobras impropias, como la velocidad, ayudados por un mercado automotriz que hace su negocio aunque afecte la esencia, el propósito primigenio.
Un vehículo de considerable altura y tamaño se supone que es para caminos rurales y huellas; para ello debe traccionar lo necesario, contar, como se dice en el lenguaje Tuerca, con “Tenida”, con “Agarre”. Lo de la velocidad es un sin sentido. Pero se impuso y hoy la postal diaria exhibe una desmesurada cantidad de ellos en las congestionadas arterias de centro y microcentro.
Sobre esos vehículos, en mayor medida, aunque en definitiva sobre todos, hay que tener control; Hay que manejarlos, no que nos manejen; Pasada cierta velocidad le transferimos la conducción a una máquina.
Una velocidad crucero posibilita entre otras ventajas (Para los que saben manejar claro está) rebajar las marchas para disminuir la velocidad prescindiendo de los frenos que son desaconsejados cuando se va muy rápido. De última, también permite usar las banquinas en rutas sin mayores consecuencias a lamentar.
“Al César lo que es del César”. Que cada vehículo se use del modo en que se debe y en los sitios adecuados, más allá del negocio que hagan quienes los fabrican y venden y la ostentación de algunos (afortunadamente no todos) de los que los conducen.
Por Roberto A. Bravo
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