Viajar al pasado para indagar sobre el origen de la palabra trabajo, aunque sonará redundante, es trabajoso.
Pese a algunas discusiones muy recientes a propósito de un lingüista francés (Yves Cortez) quien desestabilizó por un momento la certeza del origen de la palabra trabajo, la mayoría de los etimólogos, vuelven a quitarle aspectos amables y restituyen en la palabra trabajo su sentido doliente.
En nuestra lengua, me refiero al castellano -hoy internacionalmente llamado español- trabajo proviene del latín tripalium, palabra que designa no una faena y mucho menos un oficio o profesión, remite a sacrificio y castigo. A peripecias que se deben atravesar para sobrevivir, bastante más cercano a lo que le ocurre hoy a una porción enorme de argentinas y argentinos.
Tal como tantas veces hemos dicho, el idioma es un organismo vivo que no se somete a la quietud de su origen ni a la cárcel académica. Esto lo sostenemos con fruición quienes tenemos como principal herramienta de nuestra trabajo, justamente, a la palabra.
Si cuando Miguel de Cervantes escribió la novela “Los trabajos de Persilles y Sigismunda” el verbo pluralizado podía traducirse como las aventuras sacrificiales de sus protagonistas, las vueltas de la vida hoy parece ubicarnos en situación parecida, el trabajo puede ser, en algunas ocasiones, una penalidad, un castigo, una tarea forzada por la tortura. Pero a la vez, el trabajo es lo que nos constituye como seres civilizados, aún hoy.
Así como Marx y Engels introdujeron en su Manifiesto el antiguo término “proletario” para designar a quienes mueven la polea de la producción desde el sitio más incómodo, en los discursos telúricos prefieren adjetivar como obreros, operarios, empleados, colaboradores. Fue el Presidente Perón quien dijo que No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan
Lumpenproletariat. Esta palabra alemana tan extensa, luego reducida a su raíz, lumpen, definía a aquellas personas que ni siquiera podían alcanzar la categoría de proletario, algo así como trabajador andrajoso, mendigo. Sin embargo, en la obra “la ideología alemana”, de los mismos autores que el Manifiesto Comunista, sindican a estas personas como los desclasados, como aquellos que no poseen consciencia de clase y por lo cual son presa fácil de las burguesías. O sea, esa condición de trabajadores ocasionales, informales, los convertía en una especie de despojo ¿despojo de qué? del sistema. Imposible cotejar este concepto con lo que ocurre hoy en el mundo, en el que cada vez hay más trabajadores que ofrecen sus tareas, que desarrollan sus habilidades y horas hombre, afuera de cualquier estructura convencional.
Podremos ver, leer y quizá escuchar varias veces, hoy, que es el día del trabajo. No. Y seremos rotundos: no. Es el día de las trabajadoras y los trabajadores. Que sea internacional y que se haya optado por una fecha luctuosa es una manera de enaltecer a los que luchan por la defensa de derechos, derechos humanos.
En la actualidad, trabajar es un derecho y una obligación, y para quienes están desempleados, para muchas y muchos que perdieron su condición de trabajadores, sé, trabajar es recuperar no sólo posibilidades de progresar o al menos de sostener a sus familias, sino además, es recuperar su lugar en el mundo, en la vida.
La pandemia produjo cambios impensados. Quizá es la mejor ocasión, precisamente, para pensar y repensar qué significa hoy trabajar, y ojalá trabajar perdiese la condición de sufrimiento y penalidad, pero muy especialmente, ojalá deje de ser para quienes lo necesitan imperiosamente, un inalcanzable anhelo.
A los destinatarios de nuestro trabajo cotidiano, o sea, a las y los oyentes, a las y los lectores, feliz día. Para nosotros trabajar es una labor que da sentido a nuestra precaria existencia, por eso no podemos omitir nuestra expresión tan redundante como honesta: Muchas gracias