Venimos de un populismo y estamos en otro populismo. Del populismo kirchnerista o progresista al populismo de Milei.
Esto no significa que vamos “de mal en peor”. Ni de “mal en mal”. El populismo, en principio no es ni bueno ni malo. Tampoco es un adjetivo descalificativo que sintetiza lo peor de la política: demagogia, autoritarismo, enemigo de la República y cosas mucho peores.
Pero “populismo” es una práctica política cuyo teórico más destacado a escala global es un argentino llamado Ernesto Laclau. Dos ideas nomás de Laclau son útiles para comprender el “fenómeno Milei”. Una: para que haya populismo, primero tienen que existir masas sin representación política.
En el caso de Milei, las hubo. Los fracasos del segundo kirchnerismo y del gobierno de Macri - Cambiemos dejaron vacante la expresión electoral de gente que los solían votar. A este electorado vacante se agregó otro que nació descreyendo y aún despreciando a la dirigencia política tradicional. Cuando esto ocurre, dice Laclau, aparecen para representarlas formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático.
Ni Javier ni Cristina Kirchner ejercen un liderazgo ortodoxo desde el punto de vista liberal democrático.
La otra idea de la teoría del populismo dice que este liderazgo parte a la sociedad en “los de arriba” y “los de abajo”. Y Cristina y MIlei construyeron un escenario político sobre la base de la división de la sociedad en dos campos. La expresidenta dividió la sociedad en pueblo y corporaciones del capital concentrado, medios que el kirchnerismo llamó “hegemónicos”. El actual Presidente divide la sociedad entre casta y argentinos de bien.
Laclau dice que el populismo puede avanzar en una dirección de izquierda o una dirección fascista. El kirchnerismo no avanzó en una dirección de izquierda. De haberlo hecho, este presente político no sería idéntico.
¿En qué dirección avanzará Javier Milei? No depende exclusivamente de él. Dependerá de lo que haga, por su puesto. Pero también de lo que haga y no haga la oposición política, lo que ocurra o no ocurra en las calles. De la manera en que la sociedad acepte o no acepte el túnel que -dice el oficialismo- conduce a la luz.
Es decir, dependerá de lo que solemos llamar “relaciones de fuerzas”.
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