Quiero hablar de la Navidad. Ya sé que ya pasó. Que fue el viernes pasado. Pero las cosas suceden cuando deben suceder y las reflexiones, cuando a uno le aparecen nomás. En este caso, coincidió la celebración con una serie de encuentros que tuve, personalmente, con mucha gente, que -no sé si por la proximidad de la fecha, o a título de qué conversaciones- terminaban siempre con algún tipo de referencia que a esta altura no quisiera disfrazar o suavizar con palabras más o menos ambiguas. Lo voy a llamar, a riesgo de equivocarme, odio a los pobres. He visto algunas definiciones más o menos sociológicas que lo llaman aporofobia. Y lo definen así. Como odio o rechazo a los pobres por el solo hecho de serlo. No como un trastorno mental, sino más bien una disfunción social.
Es cierto que los medios han ensalzado últimamente a más que cuatro atorrantes que construyen su negocio político repitiendo casi diariamente frases de desprecio a pobres y marginados de la sociedad. También lo es que durante cuatro años fuimos gobernados por una fuerza política que hizo del desprecio a lo popular su verdadera política. Y que aún hoy, un ex presidente sigue bajando líneas de opinión clasistas y despectivas sobre lo que él denomina planeros, en referencia a quienes, en situación de vulnerabilidad, perciben alguna asignación del Estado.
Pero, es indudable que tal pensamiento está también arraigado en gran parte de la sociedad. Nos hemos referido a ello anteriormente. Pero, como pasamos la Navidad atestados de mensajes de paz y reflexión, considero válido preguntarse: ¿de qué reflexionar en Navidad? No soy una persona religiosa, pero me gusta la Navidad. Y me gusta, además, cuando desde algún estamento, religioso o no, se propone reflexionar en estas fiestas. Creo, francamente, que nos hace mucha falta. Además de comer, tomar y hacerse regalos en familia. Pero, también francamente, me pregunto de qué reflexionar cuando tenemos por fuera de la puerta de casa un ejército de seres humanos que la están pasando muy mal, que literalmente no tienen para comer. No estoy en contra de los videítos que te mandan por WhatsApp, más allá de que te llenan la memoria del teléfono, pero son bienvenidos. Lo que me pregunto es en qué, en quiénes piensan algunas personas cuando hablan o reenvían mensajes de paz, amor y reflexión y a la que después les escuchás decir las peores cosas sobre seres humanos que parecerían no tener derecho a otra cosa que, literalmente, morirse de hambre y quedarse ahí, lo más lejos posible, sin molestar a los que nos fue bien, a los que tenemos trabajo, o una casa, o simplemente nos va más o menos bien. El argumento para justificar esto es más o menos siempre el mismo. Yo trabajé, trabajo y me gané, me gano, lo que tengo. No vivo del Estado. Ellos viven de mi, de lo que pago de impuestos. Ellos allá, yo acá. No es la idea de este espacio contraargumentar ni esta ni otras afirmaciones. Baste decir que no creo en lo más mínimo en ellas. Y tratamos de dejarlo en claro diariamente en este programa. Tampoco hacer pobrismo por radio. No veo nada bueno en la pobreza por sí misma. No me parece un estado deseable del ser humano. De lo que se trata es de sacar a las personas de la pobreza, no de sublimar su situación. Lo que no significa que haya que identificar pobreza, un concepto, con pobres, seres humanos. Y de despreciarlos en calidad de tales. Sólo quería dejar una inquietud surgida en las horas de la Navidad, la que muchos conmemoran con un pesebre que representa el nacimiento de un dios en la más absoluta pobreza. Entonces, ¿de qué reflexionar en Navidad, si es que alguien todavía reflexiona en Navidad? ¿Qué sería la paz o el amor? ¿Encontrar la forma de no pelearme con mi cuñada o de bancarme al pesado de mi suegro? Modestamente, creo que podríamos empezar por tratar por una vez de no pensarnos como el centro del mundo. Tan simple y tan complejo como eso. Y que si creemos que nuestros hijos o nuestros nietos se van a salvar porque tienen en nosotros quienes los acunan, los protegen y les dan lo que creemos son las herramientas para defenderse en la vida, estamos solo pensando en un aspecto de la cuestión. El afuera también juega. Y en el afuera hay millones de seres humanos que no pueden vivir en la miseria, si queremos no hacer de este un mundo invivible para todos. Como lo estamos haciendo, lamentablemente. No dudaría un instante de que es así. Como no dudaría que todo lo que podamos hacer por ellos, nuestros hijos, no constituirá ningún tipo de vacuna que los inmunice contra los males del mundo si este se vuelve un mundo lleno de excluidos. Disculpen si la reflexión sobre las fiestas les suena aguafiestas. Me resulta difícil festejar la indolencia.
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