Análisis sociológico MENDOZA

Mujeres en pandemia, ¿somos las más afectadas?

 

 

La pandemia ha cambiado desde los mas diversos ámbitos el ritmo de vida de la sociedad. Esto ha llevado a que los estudiosos de la sociología y la psicología  analicen esos cambios y como ha repercutido en cada uno y cada una. La socióloga, Licenciada Eva Antolín nos contó en Muchas Gracias detalles de un escrito, que compartimos a continuación.

 

Mujeres en pandemia, ¿somos las más afectadas?
En la agenda pública nacional e internacional, una pandemia era inesperada y sobre todo una cuarentena (como medida preventiva), con todo lo que esto implica. Entre las primeras acciones políticas que realizó el gobierno, ante la emergencia sanitaria, fue el de realizar una cuarentena estricta y el cierre total de los establecimientos no esenciales. Entre las instituciones que se cerraron, las escuelas no fueron la excepción. Esto trajo aparejado el rompimiento del vínculo entre estudiantes y docentes. Esto no solo afectó psicológicamente a niños, niñas y adolescentes que dejaron de interactuar de forma presencial, sino también a las mujeres que debieron cambiar rotundamente sus vidas ante una nueva realidad que se impuso y que, a pesar de todo, la sociedad entendió y acató de inmediato.
El objetivo principal y central de realizar una cuarentena fue fortalecer un sistema de salud totalmente debilitado y quebrantado por años de indiferencia y desprotección a la salud pública argentina.
Un informe realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, indica que los más afectados por el encierro fueron los/as jóvenes y sobre todo las mujeres. “A medida que las personas aumentan su edad, se observan menores niveles de síntomas psicológicos. Es decir, las personas más jóvenes tienen más síntomas que las personas mayores. Se observaron que las mujeres presentan más síntomas psicológicos que los hombres, según detalla en el estudio. Esto tiene sentido, debido a que las mujeres, en mayor medida, fuimos las que nos quedamos en casa, teniendo que contener a nuestros hijos e hijas ante semejante cambio social. Dedicarnos de forma completa al cuidado de ellos y ellas y de nuestros adultos mayores. Si bien muchos varones se alejaron en un primer momento de sus lugares de trabajo, donde recayó por completo el peso de una nueva cotidianeidad llena de nuevas actividades fue en las mujeres.
La silenciosa carga mental que poseemos las mujeres se agravó y profundizó con la pandemia. La ilustradora francesa Emma Clit fue una de las primeras en poner el dedo en la llaga con su cómic Me lo podías haber pedido, en el que habla de esta asignación, casi bíblica, de tareas femeninas.
En este sentido, la pandemia ha agudizado las desigualdades existentes, y el aspecto socioeconómico es donde se ve reflejado principalmente. También, la problemática de género se vio muy dañada por este fenómeno. La afectación en la economía y calidad de vida de mujeres y niñas ha sido devastador, lo que se traduce en alejarse de sus empleos y peor aún en la pérdida de sus fuentes de trabajo.
En este último siglo, las mujeres se han incorporado al mercado laboral de forma exponencial. Sin embargo, no se ha traducido de la misma manera la incorporación de los varones al trabajo doméstico, lo mismo sucede con los cuidados.
Con el advenimiento de la pandemia a fines del 2019 y comienzos del 2020, las mujeres hemos perdido empleos remunerados y paralelamente el trabajo de cuidados no remunerado de las mujeres ha aumentado debido al cierre de las escuelas. Teniendo en cuenta que estas formas de trabajo no responden al canon del trabajo asalariado remunerado, por lo cual entran en la categoría del no trabajo y la población dedicada a estas actividades (las amas de casa) ha sido denominada “población económicamente inactiva”. La crianza de los hijos e hijas y el trabajo doméstico sitúan a la mujer en ese esquema gracias al patriarcado. Una sociedad dominada por la clase masculina, que ha tenido el poder político y religioso durante siglos y ha mantenido el control sobre las mujeres.
Si previo a la pandemia estas formas de trabajo eran consideradas irrelevantes desde el punto de vista económico y, no menos importante, el bajo o nulo reconocimiento social que poseen, durante el periodo de cuarentena se ha exacerbado y en consecuencia hay una sobre explotación de las mujeres.
Las mujeres debimos continuar, en muchos de los casos, con el home office, las actividades domésticas las full time, el cuidado de nuestros hijos e hijas, aumento de las tareas escolares y el cuidados de los adultos mayores de forma exclusiva. Debimos abandonar “nuestra vida” la cual estaba conformada por una cierta cotidianeidad construida. Esta construcción social de nuestra vida cotidiana había sido constituida por luchas y negociaciones entre los distintos actores sociales de nuestra sociedad.
En tanto debimos quedarnos en casa, sobre todo por el cierre de las escuelas como ya hemos afirmado, de esta manera alejarnos y dejar nuestros trabajos e ingresos. Las mujeres hemos sido siempre las poseedoras de los empleos más precarios e inestables y la pandemia no lo ha detenido, peor aún lo ha profundizado. Según datos de la ONU, cerca del 60 % de las mujeres de todo el mundo trabajan en la economía informal, ganan menos, ahorran menos y corren un mayor riesgo de caer en la pobreza.
Es reciente el abordaje que se ha venido desarrollando en cuanto al término de los cuidados. Por cierto, visto con la perspectiva de la historia de las ciencias sociales modernas es reciente, pero comparado con la historia de la humanidad el avance no es menor.
Si hay algo que podemos corroborar y comprobar durante este periodo de cuarentena que llevamos a cabo por la pandemia por el Covid 19, que la gran mayoría de la población venimos transitando, es la exacerbación y sobre carga de los cuidados y del trabajo doméstico que llevamos a cabo las mujeres.
Es necesario una economía de los cuidados. Esto tiene que ver con democratizar los espacios en donde participamos. Es decir la familia, el trabajo, las amistades. Intentar incorporar prácticas más democráticas en dichos espacios. Para que este cambio se produzca deberíamos pensarlo desde el tiempo. El tiempo se mide en dinero. Es así como funciona en las sociedades capitalistas. Tener más dinero para pagar este servicio que las mujeres lo hacemos gratis en casa. Salimos de casa para traer dinero y pagar a otra mujer, porque sin duda este trabajo naturalmente no es de mujeres, aunque ha sido socialmente construido para “nosotras”.

Es momento de crear esos lazos de solidaridad y de pluralismo a la hora de utilizar el tiempo de todos y todas en este tipo de trabajos. La valorización de este tipo de trabajo es necesario para dejar de explotarnos. En este sentido, explotamos cada día más a nuestras hijas, madres y compañeras de vida desarrollando este tipo de prácticas de forma consiente e inconsciente.