Hay una que recordamos cada vez que, como hoy, se celebra el Día del Maestro.
Retrata a las mamás haciendo un alto en el lavado de los platos luego del almuerzo, secando sus manos en el delantal y saliendo a la puerta de calle para despedirnos y, de paso, saludar a la "Señorita".
Diariamente iba seguida de muchas Palomitas Blancas que le convidaban golosinas, regalaban flores o una cartita con garabatos que, traducidos, demostraban afecto, respeto.
Aquellos chicos iban a la escuela con ganas. Cada día era prometedor para cultivar las amistades nacientes en los recreos. Y por la inquietud de aprender, estudiar, ser aplicado y portarse bien ya que importaba (¡Y cuánto!) la consideración de la señorita y dejar satisfechos a mamá y papá.
A aquellas mujeres (y hombres -aunque pocos-) que vestían de blanco también les agradaba estar frente al aula. Su vocación y entrega eran correspondidas. No les pesaba, como sucedía, corregir treinta y pico de pruebas los fines de semana o preparar otras tantas tareas haciendo copias en el mimeógrafo que respondía cuál fotocopiadora actual.
Hoy es diferente. Y se comprende tanta desazón en los educadores. Hoy van a la par enseñanza y manejo de los problemas que tienen los chicos. Es más; muchas veces éstos superan a aquellos.
La decepción también surge por los robos que frustran pequeños emprendimientos dentro de jardines, escuelas y colegios, aunque las rejas asemejen a cárceles de niños y jóvenes.
Y, además, porque, como aquellas mamás que nos despedían, hoy, algunas señoras también se arremangan pero para golpearlos...
Aun así, sin ignorar los problemas, deseando que se superen, les decimos ¡Adelante! ¡Feliz día maestros!
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