Por Carlos Ares - @CarlosAresok
Lamento por el fútbol
Primero vendieron los colores, pero no dijimos nada porque la publicidad en la camiseta ayudaba a mantener a las figuras del equipo. Después vendieron a las figuras del equipo, pero no dijimos nada porque según los dirigentes era bueno para el club. Después vendieron a los pibes que asomaban, pero no dijimos nada porque venía bien para pagarle mejor a los que quedaban. Si el club ganaba un campeonato, todo podría recuperarse.
Después cedieron la propiedad de los pibes de inferiores, pero no dijimos nada porque había que pagar deudas. Después aceptamos que Grondona, que venía de la dictadura, se hiciera multimillonario en democracia como intermediario en la devolución y el pago de favores, pero no dijimos nada porque alguna vez ese "favor" le tocaría a nuestro club.
Después llegaron las barras, pero no dijimos nada porque eran los que alentaban a los nuestros. Después cobraron “peajes” a los trapitos y vendedores , pero no dijimos nada porque era para los muchachos que no tenían otra cosa. Después vimos como la barra apretaba a los dirigentes, pero no dijimos nada porque no era con nosotros. Después nos enteramos que insultaban o alentaban y colgaban banderas según quien les pagara, el técnico, algún jugador, los políticos en elecciones o un candidato a la presidencia del club, pero no dijimos nada porque había que hacer el "aguante". Después mataban hinchas, pero no dijimos nada porque eran de los otros.
Después nos enteramos que se convirtieron en mafias, que tenían negocios de reventa, de distribución, de representación, que cobraban del club, que les regalaban entradas, que viajaban a los mundiales pagados por el gobierno, por la AFA, pero no dijimos nada porque no podíamos decir nada frente a semejante poder criminal. Después nos hicieron esperar media hora para salir de la cancha, pero no dijimos nada porque era por el bien de todos, para que no se mataran entre las barras.
Después ya no pudimos ir a ver al equipo cuando jugaba de visitante para no morir en el intento, pero no dijimos nada porque al menos no había que jugarse la vida. Después de todo ya teníamos el "futbol para todos", y no dijimos nada porque eso servía para evitar la quiebra del querido club, al que habíamos llegado de la mano de nuestros viejos, el que seguía el abuelo y al que deseábamos volver algún día de la mano con los pibes.
Era mejor verlo por televisión, al menos hasta que todo se calmara. En algún momento todo iba a cambiar y podríamos recuperar esa alegría del fin de semana, la de ir a ver jugar a nuestro equipo, y recordar al abuelo, al tío, al primo, al viejo, a los amigos con los que nos juntábamos antes, a todos los que habían ocupado esas mismas tribunas.
Porque eso era el club. Eso son los colores. Esa es la historia. Esos equipos que nombrábamos de memoria. Verlos salir a la cancha, cantar, gritar un gol, abrazarte con cualquiera, mirar al cielo, dedicarlo, volver felices. O derrotados, con la sensación de que la pena iba a durar todavía unos días, hasta leer o saber por la radio, que habría cambios en el equipo, o no. Y si no era en este campeonato, sería en el siguiente. Con ese refuerzo esperado, con ese jugador tan feliz de integrar nuestro equipo, según declaraba.
No dijimos nada y ahora es tarde, a ese fútbol se lo llevaron ellos. Los que lavan guita, los representantes, los dirigentes que tradujeron el lenguaje del amor al club y a los colores a la jerga de los negocios. Presupuestos, pasivos, ventas, compras, competencia internacional, beneficios, administración, campeonato económico.
Habrá que consolarse. ¿Qué otra cosa pueden hacer los hinchas más que putear a quienes prometieron honestidad y saquean las que llaman "sociedades sin fines de lucro"?. Y así. Quedamos a la espera. Mirando por la tele. Sin comprender por qué, sin saber qué fue de aquél juego que queríamos tanto y que todos sabíamos jugar tan bien.