El universo se rebela ante la convulsión Piazzolla
Sospechar la historia es la más inútil de las intenciones para espantar al destino o descifrar el azar.
Pensar, pensar hasta perder la razón, y atribuir que aquello que debió ser no fue, sólo para crearle una herida más a nuestro corazón transido, perfora toda oportunidad de fuga.
Esa empresa que no hemos elegido, esa de vivir, se torna densa y doliente cuando no alcanzamos a calmar el misterio o la ignorancia, cuando pretendemos poner reversa en la esquina de la muerte.
La filosofía de aquellos prematuros hombres que ya omitían a las mujeres, sólo viene a entretenernos para gambetear el fin, como si al fin no supiéramos que todo pierde sentido.
Ni el vacío de lo que arrancó la gubia del laurel podrá explicar este olvido. Esta ausencia de ausencias. Esta angosta respiración que estropea hasta el recuerdo de lo bueno que hemos vivido.
Olvido. Como sustantivo irremplazable, quieto, inerte, inválido y a la vez más tenaz que la brasa que perfora, esa brasa sola incandescente que atraviesa el paso descalzo y desprevenido.
Despliega el bandoneón desesperadamente su fuelle buscando que otra vez el aire lo complete. Y ese suspiro sutil, melódico, bello y profundo, no alcanzará para detener a la muerte. Y somos, aunque luchemos con astucia y perspicacia, somos en ese suspiro eterno, tal como dijo el viejo ciego poeta de las álgebras, somos el olvido que seremos.
Oblivion. La trágica versión del sentimiento que gracias a la música, la vida se las ingenia para disfrazarse de emoción, para sorprendernos como si fuésemos capaces de olvidar al olvido.
Ariel Robert / marzo 11 2021