Oscar “Cholo” Gómez Castañón entrevistó a Eduardo Alonso, el “Rey de los botones”
Eduardo Alonso tiene 83 años y es millonario: guarda dos millones y medio de botones en su local del barrio porteño de Flores. Heredó el comercio de su papá español y junto con su hermano gemelo llegaron a tener tres botonerías donde daban rienda suelta al trabajo duro y a la creatividad.
Empezó a trabajar en el oficio a los 14 años, provisto de una sierra con la cual cortaba planchas de plástico para hacer botones cuadrados. Todavía tiene algunos.
Como buen inmigrante, su padre tuvo su primer local en la entrada de un garaje. Pero a diferencia de él, que comercializaba botones, los hermanos empezaron a fabricarlos, a darles forma, a pulirlos. Hasta que, con el tiempo, comenzaron a viajar a Europa para “pispear” modelos. No compraban máquinas: iban a mirar y adaptaban los modelos a los elementos que tenían en el taller. Eduardo dice que en aquellos viejos tiempos, los botones eran una distinción en el vestir.
Los botones son de polyester, plástico, cuero, madera, cristal, conserva unos checoslovacos que son una belleza, nácar y naturalmente, algunos más fuertes, como los que se usan dorados para los blazers.
A pedido, con su torno, si el cliente tiene paciencia, puede tallarlos en el momento. Todo eso forma parte de su orgullo. Como que su hija Marisol fue bailarina del Colón e integrante nada menos que del Ballet Argentino de Julio Bocca.
Su primer botón cuadrado, verde, de unos cinco centímetros, todavía lo conserva entre sus miles de cajitas. Recuerda muy bien como lo fue moldeando, hace unos... setenta años…Eduardo mantiene el pulso intacto cuando trabaja, inclinado sobre su torno.
Él sabe que el oficio se está yendo ganado por la modernidad, integra “las cosas que se piantan” de los hábitos porteños, pero el rey de los botones resiste y sigue dando pelea con una gran sonrisa que dibuja en sus labios.
Entre pequeñas piezas de madera, cuero, nácar, cristal y polyester, sigue peleando. Y te explica, de paso, por qué los soldados napoleónicos solían usar una hilera de botones dorados sobre las mangas de sus uniformes. Tenían como unos pinches, un remate agudo.
Napoleón encargó que los hicieran, seguramente para destacar la clásica distinción francesa, por elegancia o coquetería. “Para nada… era para que los soldados no se limpiaran la nariz con la manga ensuciando el uniforme”
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