COLUMNA DE OPINIÓN

Ancianos: aunque sobre el amor, falta tiempo

Los padres blindan la fragilidad de sus hijos con esmero infatigable. Aunque no sin algunos sobresaltos, acompañan sus primeros pasos con indisimulada felicidad. Más tarde, cuando los ven vestidos de blanco, sienten que los pierden un poquito, que les han comenzado a crecer las alas.

 

Después, cuando se vuelven autónomos, advierten que adolecen por lo que miran y evalúan atentamente sus comportamientos. Recuerdan su propio derrotero y respetan aquello de que cada uno debe vivir su experiencia y actuar en consecuencia. Y lo comparten; de lo contrario nunca nada cambiaría y el mundo sería el de siempre. Igual sienten que deben estar atentos para cuando necesiten un salvavidas.

 

Sonríen por sus logros más que si fuesen propios. Se inquietan por su incertidumbre y, definitivamente, sufren por sus tropiezos. Riegan cada una de las etapas con un amor impar a punto tal que, si fuere necesario, a no dudarlo, darían la vida por ellos.

 

Con el trascurrir de los años, los chicos crecen al punto de haber formado sus propias familias; son parte de la llamada franja de adultos jóvenes. Y ellos, los progenitores, con veintipico de años más, aún están enteros, fuertes. Unos y otros disfrutan, entonces, de un período casi de pares.

 

Pero los años pasan y se revierte el comienzo de la historia: en algún momento, los padres pasan a depender de los hijos y, como no hay escuela de vida para hijos, no saben manejar la situación. Si hay amor (y lo hay) aprenden. El verdadero problema es que, como se vive hoy, les falta tiempo para dispensar atención, cuidados y, fundamentalmente, orejas para escuchar.

 

Así las cosas (exceptuando a los que pueden pagar los honorarios de 3 o más personas para el cuidado diario en casa) su destino ha de ser el asilo o un geriátrico cuyo costo será cubierto no sin esfuerzo, aunque cubierto al fin.

 

Respetuosos de la realidad, y acostumbrados a darlo todo por los chicos, irán. Con gran resignación, pero irán. 

 

“Así es la vida”, dirán para sí.

Por Roberto A. Bravo