Por Daniel Corujo - @Tenisports
Daniel Orsanic, el capitán campeón de la Copa Davis en el 2016, quien hasta el momento había evitado hacer declaraciones de su destitución al frente del equipo, escribió una carta de despedida.
En ella vuelca sus experiencias personales al frente del equipo, sus sensaciones, deja entrever que tras la serie ante Colombia (14 al 16de septiembre) iba a renunciar al cargo y piensa que su final tendría que haber sido diferente.
A continuación el texto enviado por Orsanic...
Manejaba hacia el microcentro, donde están las oficinas de la Asociación Argentina de Tenis, y pensaba en los detalles de la que sería mi última serie como capitán del equipo argentino de Copa Davis. Claro que sólo en mi cabeza y en la del subcapitán Mariano Hood estaba la idea de que esa fuera la última. Siempre tratamos de no precipitarnos y de poner nuestra energía en el objetivo más inmediato. En alguna de las pocas veces que hablamos sobre el tema, coincidimos en que el ascenso podría ser el cierre de un proyecto que nos comprometió durante cuatro años. Pero el equipo estaba primero. Y naturalmente, tampoco lo habíamos hablado con la dirigencia, que hace menos de tres meses me había ofrecido continuar en ese cargo de manera indefinida. Me recibieron Mariano Zabaleta y José Acasuso. La ausencia del presidente hizo aún más remota la idea de que esa reunión fuera el fin de un ciclo.
Otra vez me encontraba en el auto, ahora camino a un club en Palermo, donde mi hijo jugaba un torneo de Menores. Ahí estaba. Quizás ese viernes de lluvia fui más introspectivo que de costumbre y en un improvisado balance me pregunté si cambiaría algo en esta historia.
Cuando asumimos la capitanía, casi cuatro años atrás, sólo algunos meses después de que comencé a trabajar en Desarrollo con Sebastián Gutiérrez, nos propusimos que la Copa Davis fuera un medio para transmitir un mensaje que potenciara a los más chicos. Estábamos convencidos de que depender exclusivamente de los resultados para generar identidad en los juniors era limitante. Debíamos ir más allá. La identificación debía estar en el trabajo; en el proceso y no en los resultados. Nos propusimos que este fuera un deporte de valores, de trabajo en equipo, de compromiso y de respeto. Basado en el diálogo. ¿Trabajo en equipo y respeto? ¿Diálogo? ¿En el tenis? Sí, en el tenis.
Seguí pensando mientras la lluvia en Buenos Aires interrumpía los partidos. Nuestra esencia es ser auténticos y frontales, más allá de las diferencias. En cada una de las series nos miramos a la cara y nos dijimos todo lo que pensábamos. Jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. Fuera bueno o malo. Nos lleváramos mejor o peor. Nunca hicieron falta garantías. Creo en el honor de las personas y en el valor de la palabra. Y seguiré creyendo. Nada de esto cambiaría. Y tampoco cambiaría el repechaje en Kazajistán. Aquella vez, el deporte nos puso a prueba nuevamente. Puso a prueba esa identidad que construimos en 2015 y consolidamos en 2016, cuando nos consagramos campeones por primera vez en la historia. Puso a prueba nuestra unión como grupo ante la derrota. Puso a prueba el mensaje. Nos dio la oportunidad de demostrar y demostrarnos que lo importante es el proceso. “Contra quien sea, donde sea”. Prueba superada. Creanme que el orgullo que sentí vale tanto como una victoria.
Pero sí pienso que este final debió ser diferente. Cuando me tocó agarrar el micrófono después de levantar la Ensaladera, quise transmitir equilibro. Las pocas palabras que pude decir en medio de tanta emoción salieron de mi corazón, pero como capitán, en ese momento de tremenda exposición, debía ser un ejemplo de mesura. Y también debo serlo ahora en este cierre de ciclo, que me hubiese gustado que fuera dentro de una cancha de tenis, trabajando, con la ilusión de completar el regreso al Grupo Mundial.
Todavía siento en el estomago la ansiedad del debut en aquella primera serie contra Brasil, durante el partido más largo de la historia; en la piel, el aliento de la hinchada argentina en Croacia. Nada tengo que reprocharle a la historia o al deporte. Sí tengo para agradecerle: a mi cuerpo técnico, por estos años de compromiso y respeto; a la dirigencia, que confío en mi y me dio libertad para trabajar, y sobre todo a los jugadores, por ser el ejemplo de entrega y humildad que el tenis necesitaba. Gracias, por supuesto, a esa hinchada, la mejor del mundo.
Con aciertos y errores, fuimos nuestra mejor versión. O por lo menos siempre buscamos serlo. Y con esta filosofía de poner el foco en el proceso, nada más que eso puedo pretender de mi y de mi equipo. Dimos todo lo que teníamos y más. El propósito estuvo, aún está y siempre estará por sobre los nombres propios. Y mi compromiso con el desarrollo del tenis es incondicional, por lo que esto no es un adiós, sino un hasta luego. Hoy, en septiembre y siempre: ¡vamos, Argentina!
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