Por Santiago Lucía - @Santilucia
La trama marketinera del deporte explota los contrastes. El bien y el mal. Los equipos vistosos y los utilitarios. Los jugadores profesionales y los fiesteros. De la construcción de imagen también se alimenta la industria multimillonaria deportiva. Y cuanto más distintos “los modelos” mejor. Los ejemplos de la actualidad más explícitos con los de Federer-Nadal y Messi- Cristiano Ronaldo.
El portugués hizo una marca de sí mismo. Como lo había hecho Jordan. CR7 es un futbolista extraordinario pero también un sello comercial.
Su salida de Real Madrid marca un era. Pedante y arrogante, así lo consumimos. Así se nos presenta. Gritando goles en soledad, mientras hace la reverencia tradicional de los toreros y muestra los beneficios de los mil abdominales diarios. Es la imagen más contundente del narcicismo en el fútbol. En la que se siente cómodo. La disfruta. Cristiano, como todo ególatra, se retroalimenta de sí mismo en cada acción. Mucho más que “un vendedor de shampoo”, aunque también lo sea.
Los registros son demoledores y arrasan todos los cuestionamientos. 9 años en el equipo más poderoso del mundo, 16 títulos y 450 goles. Cristiano Ronaldo fue al Real Madrid lo que es la arena al mar. Una combinación inmejorable. Empatía absoluta. El uno para el otro. Se necesitaron y se disfrutaron. Fueron 9 años de felicidad mutua.
El fin de la relación abre interrogantes en los dos. ¿Quién será la cara del Madrid? ¿Mbappé? ¿Neymar? El modelo que impone galácticos tiene que coronar a su nuevo emperador. ¿Y Cristiano? ¿Podrá darle la consagración en la Champions a la Juve tras 20 años?
Nuevos escenarios y desafíos se abren con el fin de una era. CR7 no es sólo un jugador de fútbol y tampoco es un invento del marketing. Es mucho más que esas dos definiciones. Un jugador que se construyó como fenómeno deportivo y comercial; y ganó en todos los terrenos.
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