Más allá de las convicciones partidarias, en aquellos años, aquí (y en todo el país y la región) siempre fue motivo de debate el derrotero de Ernesto Guevara y su sueño guerrillero de vencer a las dictaduras del continente. El Che recogía adhesiones, provocaba rechazos, pero nunca indiferencia.
Por entonces se decía “El que no es revolucionario a los veinte…” Esa corriente, ese no querer quedarse afuera de la tendencia, arrastró a muchos que no comulgaban con la violencia y que, al poco tiempo, se despegaron. Sus ex compañeros los condenaron con una frase hiriente: “Piensan como Mao pero viven como Rockefeller”, en referencia al líder comunista chino Mao Tsé-tung y al banquero estadounidense David.
Por entonces, la expresión ponía en las antípodas al máximo dirigente del Partido Comunista Chino (y fundador de la República Popular China) y a uno de los hombres más ricos del planeta y emblema del capitalismo. La historia demostraría más tarde que ambos tuvieron coincidencias trascendentes. Extremos que se juntaron. Sucedió. Sucede. Pero ese es otro tema.
Seguimos. Cuando entraron en acción los que emularon al mítico Che, nació la guerrilla en Argentina y, como consecuencia de la acción, la reacción, la represión, y los años oscuros que tanto mal nos hicieron dejando heridas que aún no cierran.
Hoy se cumplen cincuenta años del asesinato de Ernesto Che Guevara, un hombre que marcó a toda una generación. Y que aún genera amores y odios. Cómo en Bolivia: mientras Evo Morales encabezará un gran homenaje, los militares rendirán el suyo a los camaradas caídos en los combates de las zonas montañosas cercanas a Valle Grande dónde acribillaron al Che en 1967.
A medio siglo, lo de Ernesto Che Guevara (independientemente de la respetable valoración que haga cada uno) es un ejemplo de violencia que engendró violencia.
Por Roberto A. Bravo
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