“Tenemos que dejar de sentir vergüenza de las cosas que defendemos, nos quieren hacer sentir a veces que son posturas que deben ser “revisadas” en nombre de la supuesta racionalidad. ¿Qué es la racionalidad, amigos y amigas, compañeras y compañeros? ¿La racionalidad es bajar la cabeza, acordar cualquier cosa pactando disciplinada y educadamente con determinados intereses, y sumar y sumar excluidos, sumar y sumar desocupados, sumar y sumar argentinos que van quedando sin ninguna posibilidad? ¿O la racionalidad es trabajar con responsabilidad, seriedad, con fuerzas para abrir las puertas de la producción, del trabajo y del estudio para todos los argentinos? Yo quiero adherir a este tipo de racionalidad, es la única racionalidad viable que nosotros tenemos para poder realizarnos”. (Néstor Kirchner en el Encuentro Nacional de la Militancia, 11 de marzo de 2004).
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Néstor Kirchner fue el presidente que llegó a tiempo, para adelantarse a casi todos sus pares generacionales. Cuando hablaba de industria nacional y soberanía, en el último capítulo del segundo desembarco neoliberal, era acusado de antiguo y cuando defendía la justicia social, se lo tildaba de nostálgico. Cuando profetizaba el final ruinoso de privatizaciones, deuda y convertibilidad, se lo pretendía eliminar del juego por melancólico. Integraba un grupo de exiliados en su propio país…
Cuando estaba prohibido soñar, Kirchner decidió no traicionarse. No transar con el regreso de recetas, solo aptas para amplificar atraso y frustración. El Flaco moldeó su futuro con su propia arcilla y se convirtió en el presidente necesario.
Eligió ser el tipo con el que fantaseaba convertirse, 30 años antes de las fotos oficiales con la banda presidencial en el pecho.
El pibe de la plaza de Cámpora-Allende-Dorticós, fue presidente con Fidel-Chávez-Lula. Cumplió con él, con ella, con los que quedaron vivos y con los que ya no estaban.
Cuando como orador visceral les gritó en la cara “no les tengo miedo”, apareció el militante que honró el mandato de su pasado.
Al diccionario político argentino regresaron palabras que habían sido borradas (pueblo, paritarias, obrero), le dijo no a la deuda, no a la dependencia, a la impunidad, represión y desocupación. Reinstaló la distribución de la renta, militó la integración latinoamericana, recuperó el país manufacturero y algunos supieron por primera vez, qué era eso de tener orgullo por nuestra historia.
La importancia de su paso por la presidencia, siempre se mide por sus logros. Pero para medir su real estatura política, nada mejor imaginar su ausencia. En ese momento, el vacío indescriptible que se genera, lo eleva a una dimensión poco frecuentada por la imaginación. Si no hubiese sido él en 2003, ¿quién? ¿el liberalismo vía Menem o López Murphy?
De presidente sin multitud propia, a constructor de mayorías en las elecciones 2005-2007. Coprotagonista en ausencia del máximo resultado kirchnerista en 2011 y aportante simbólico de votos en el triunfo de Alberto Fernández 8 años después (“No les tengo miedo”, Gustavo Campana).
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