ESCOLIOSIS MENDOZA

Cumple un año y no podremos festejar

Le tememos. Queremos que no exista, pero cumplió un año entre nosotros, algo que nadie presagió aunque ahora todas y todos sostengan que lo sabían.
Nos criamos desprovistos de barbijos y hasta nos resultaba sumamente extraño y absurdo ver a los orientales recorriendo museos en patota con ese adminículo tapándoles la sonrisa o acaso el gesto adusto, hoy resulta sino imprescindible, necesario y exigible.
Los pronósticos más agoreros en febrero del 20-20 sostenían que esto podría durar hasta 3 meses, algo que muchos nos negábamos a admitir.
Las cepas especulativas comenzaron a trepar por las redes y se las ingeniaban para confundir, casi en paralelo con los primeros mensajes de la Organización Mundial de la Salud.
Un virus creado con el fin de la dominación. Un virus virtual, sólo apto para crédulos. Un virus más que -como tantos otros- infectarían al vecino, si es que se exponía y seguía de jolgorio. Un virus ficticio generado para que nos sometieran a enclaustrarnos. Un virus imaginario con el propósito de incorporar en nuestro organismo chips de control. Un virus menos tremendo de lo que se decía, hasta que la muerte nos separó de personas cercanas, queridas y no tanto, que con y sin los auxilios necesarios, abandonaron la vitalidad, esta que hoy nos permite ser testigos de elucubraciones aún no definitivas.
Entre los muchos acontecimientos que jamás especulé ni preví este es el más gravitante. Además de su efecto letal y de su amenaza, los cambios súbitos, involuntarios y colectivos que ha propiciado escapan a la previsión de su impacto emocional e intelectual. Al desequilibrio psíquico que ha propiciado en demasiados.
Que llegara al vaticano un argentino y se convirtiera en el primer Papa no europeo, sin dudas, es el otro suceso que jamás hubiese anticipado. Sorpresa que en nada se emparenta con este fenómeno global que alteró hasta los vínculos humanos más estrechos, sean creyentes, ateos o esotéricos.
La Pandemia desempolvó recuerdos literarios. Volvió a poner en vigencia al argelino francófono Camus y su “La peste”, al elegante Bioy Casares y su diario de la guerra del cerdo, al norteamericano y contemporáneo Paul Auster y remitió a algunas producciones cinematográficas más recientes, sí. Pero respirar en la soledad de una ciudad fantasma requiere de…respirarla. Aturdirse de silencio en una metrópolis en la que sobran las ausencias, es una experiencia intransferible; y añorar el beso, el abrazo, el perfume de los seres amados, la tersura de una piel joven y la piel de bandoneón que el tiempo va plegando, era impensado, de tan absurdo abstracto, de tan abstracto imposible, de tan imposible, inaguantable.
Todo se fue revirtiendo. Todo. Un beso en una amenaza y la solidaridad comenzó impulsar distanciarnos. Lavarse las manos un mandato ético. Alejarnos del otro, un deber cívico.